









En una imagen Un gran obstáculo Por Federico Rios
Eran una parte minúscula de un aluvión incesante: los venezolanos que iban con destino a Estados Unidos con la esperanza, sin importar cuán ilusoria, de lograr una nueva vida. Pero Luis Miguel Arias no podía seguir.
Era el 23 de septiembre de 2022 y apenas llevaba dos días en el infame Tapón del Darién. Y ya estaba tan exhausto que no podía siquiera hablar.
Su hija, Melissa Arias, de 4 años, iba con él. Solo tenía ojos para su papá, que desfallecía.
Sus botas contaban el relato del peligro: durante años, pocos se habían atrevido a cruzar el Darién, que separa a Colombia de Panamá. El barro es tan profundo que puede tragarse entera a una persona.
Detrás de ellos quedaba el rastro de detritus que los migrantes dejan a su paso al irse acabando las provisiones, o al intentar aligerar su carga.
La esterilla para dormir la compraron en Colombia, cuando la familia estaba por internarse en el Darién. Muchos migrantes las llevan. Muchos acaban por abandonarlas.
Un gran obstáculo
Cuando conocí a Arias sucedía algo extraordinario.
En cifras nunca antes vistas, los venezolanos se daban por vencidos de su país, una locura económica, y se dirigían al norte. Hacia fines de ese año, más de 150.000 de ellos habían llegado a la frontera entre México y Estados Unidos.
Arias, de 27 años, viajaba no solo con su hija, que gran parte del tiempo iba en sus hombros, sino también con su esposa, Desyree, y su hijo de 7 años, Luis Breyner. Su suegra y cuñado también los acompañaban.
Era aún temprano por la mañana cuando tomé esta foto. Frente a la familia había una larga jornada de viaje y después de eso, más días largos. Un senderista fuerte podría llegar al final del Tapón del Darién en cuatro o cinco días. Para los viajeros que llevaban niños pequeños, la travesía fácilmente podía durar el doble.
Pero Arias tenía un problema más inmediato: una cuesta. Cuando llegó frente a ella, simplemente se detuvo, dejó sus cosas y se sentó. No estaba claro si podía seguir, pero lo hizo luego de unos 15 minutos.
Luego me contó que en Venezuela había estudiado mecánica industrial y trabajaba en el taller de reparación de autos de su padre. Él y su esposa también tenían un puesto de comida. Pero como tenían dificultades para alimentar a la familia, habían decidido probar suerte en otra parte.
Se fueron a Colombia en 2019, donde abrieron otro puesto de comida y Arias también hizo algo de construcción y condujo un mototaxi. Pero otra vez fue insuficiente. Así que era momento de volver a ponerse en marcha.
Conforme avanzamos por el Darién, veía a la familia de vez en cuando hasta que nuestros caminos se separaron. Luego, al cruzar por Centroamérica, seguimos en contacto a través de las redes sociales. A mediados de marzo volví a saber de ellos: habían logrado llegar a EE. UU. y solicitar asilo al cruzar un puesto fronterizo en Texas.
Luego de que los vi por última vez en septiembre, su travesía había tomado meses más. En un punto unos bandidos los despojaron de todo, incluso de las golosinas de los niños. Melissa celebró su quinto cumpleaños en Guatemala, donde estuvieron meses varados.

Casi un año después, Arias recuerda el día que llegó a detenerse en el Tapón del Darién.
Arias cuenta que fue todo muy repentino. Que sintió el estómago vacío, vomitó y se sintió muy mal, porque las lomas eran muy difíciles de subir.
Ahora, la familia vive en Palo Alto, California. Arias espera un permiso de trabajo y su esposa de vez en cuando hace manicuras. En otoño su hijo empezará el cuarto grado y su hija el kínder.
Arias recuerda algo más sobre el momento en que se tomó la foto: la vergüenza que sintió de su debilidad mientras sus hijos lo miraban. Pero ahora esa sensación parece haberse quedado en el pasado.
Se arriesgó, pero lo consiguió, dijo, por su familia. Y siente que es un logro, porque consiguió traer a toda su familia con él.