


En la remota aldea del sur de México en la que creció, Hugo Aguilar Ortiz se dedicó a pastorear cabras durante su infancia. Habían pasado siglos desde la conquista española, pero casi todo el mundo a su alrededor en las laderas cubiertas de niebla de Oaxaca seguía hablando tu’un savi, conocido como el idioma de la lluvia.
“Yo pensaba que el mundo acababa en las montañas”, dijo Aguilar Ortiz, que ahora tiene 52 años y acaba de ser elegido ministro presidente de la Suprema Corte de México. “Yo nunca pensé en ser abogado”.
Con una sacudida al sistema judicial mexicano, ganó su escaño en las primeras elecciones judiciales del país, como parte de una amplia reestructuración del poder judicial impulsada por el partido gobernante de izquierda, Morena. El partido reformó la Constitución para que los votantes pudieran elegir directamente a miles de jueces en todo México, lo cual puso fin al sistema anterior, basado en nombramientos.
Las disputas en torno a la modificación judicial han consumido México durante el último año. Los críticos afirman que erosiona el último gran freno al poder del partido de la Presidenta Claudia Sheinbaum, que ya controla el poder ejecutivo, ambas cámaras del Congreso y la mayoría de los congresos estatales en México.
Pero los partidarios de Morena sostienen que los cambios eran necesarios no solo para erradicar la corrupción y el nepotismo del sistema judicial, sino también para que quienes tradicionalmente se han visto excluidos de los puestos de poder pudieran acceder a la judicatura. La metamorfosis de Aguilar Ortiz, de pastor de cabras a presidente de la Suprema Corte, refuerza esas ambiciones.